Saliste de la
malla chispeante
de la ondulante
marejada
tal como un dios
desnudo;
el arco doble de
tu pecho
los prismas
rutilantes
corrían por tus
muslos;
tus dedos
despedían
Serpientes
embelesadas
de espuma te
perseguían
hasta donde me
encontraba
esperándote en
la orilla.
Ellas silbaban tu nombre
cual locas enamoradas;
sus lenguas de amargo almíbar
Ellas silbaban tu nombre
cual locas enamoradas;
sus lenguas de amargo almíbar
Desde las
piedras torcidas
y rotas de de
la bahía,
la santa imagen
tendía
los brazos hacia
mí,
—¡Santa Virgen de
las rocas!
con las manos
devoradas
por los vientos y las olas,
y la vestidura
rota
por el salitre
incrustada . . .