NOTA DEL AUTOR: El poema está escrito en verso libre compuesto
para sugerir la seriedad con la que se asocia el verso endecasilábico.
La oscuridad del campo nos envuelve;
en la mesa, la lámpara encendida
alumbra nuestras frentes; se desplazan
sombras indistintas en las paredes.
A nuestra espalda se empina la mole
caliginosa del bosque. Tras ella
se remontan las cumbres de la sierra,
alturas brutas de dioses sin nombres.
Las voces tranquilas de gente buena
susurran en suave conversación,
pero la llama clara del quinqué
me deslumbra, y al rato paso afuera,
al sereno de la sombra del monte.
Ya no se ve la costa. Porto brilla,
a lo lejos, como una estrella rota
en las orillas negras de la noche.
Hasta acá apenas llega
el sordo rugir de la ciudad,
inextinguible hoguera
de almas que no pueden descansar.
Entre la hierba larga y la maleza
muere la brisa sobre la montaña.
Miro las constelaciones vacías
que giran por las simas de los cielos,
y me abandono al silencio de Dios,
que es el Dios del silencio.
Reunidos alrededor de la mesa, de noche:
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Silueta de un hombre:
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